Componen este libro sesenta narraciones, repartidas en cinco capítulos de doce historias cada uno. No existe entre ellas relación argumental y ninguna supera las doscientas palabras. Son requisitos que, además de singularizar este proyecto, influyen en el desarrollo de la idea, el suceso o la intriga que sustentan el entramado de la fabulación. En el mínimo espacio otorgado a la anécdota y a lo largo de un discurso que no admite punto y aparte, estas historias adoptan el carácter experimental que les transmite su género literario de referencia, el cuento. Una desazón acompaña al lector mientras lo lee y cuando lo termina le conduce hacia el reino infantil de las seguridades para cerciorarse de que nada se ha movido en su entorno, aunque algo parezca alterado para siempre. Sostienen los preceptores que estas historias no llevan a ninguna parte. Pero en eso reside su aquel. Entre tantas vacilaciones, se impone la certeza de que ya no leerá estas líneas el crítico Javier Goñi (1952-2022), mi amigo durante muchos años.




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