Qué lleva a un hombre, durante más de cincuenta años, a levantarse muy temprano (entre las cuatro y las cinco de la mañana) y a escribir durante unas tres o cuatro horas acerca de los temas más diversos? Al alba, un hombre piensa, escribe, dibuja. Las anotaciones critican, proponen, impugnan. Y, alguna vez, celebran. Lo que lleva a Paul Valéry a una práctica tal de la escritura es una pertinaz, obsesiva voluntad de conocimiento. Cada día, «entre la lámpara y el sol», Valéry parecía responder a la pregunta tal vez más esencial de todas las que se formuló: «¿Qué puede un hombre?» El admirable «diario intelectual» que conforman los Cuadernos es, en efecto, una larga respuesta a esa pregunta. No en vano confesó T. S. Eliot que Valéry era la personalidad intelectual de su época que más le interesaba. Y no en vano afirmó Octavio Paz: «Encuentro que el verdadero gran filósofo francés de nuestra época no es Sartre: es Valéry, como lo revela, sobre todo, la publicación póstuma de los Cahiers». ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA



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