La relevancia de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 en la historia de España es indiscutible. Pero su progresiva mitificación ha llevado a desconocer sus defectos y considerarla «el mejor de los códigos», y a imputar a factores exógenos el fracaso de sus diferentes experiencias en España, Europa y América. Como mito ha ensombrecido aspectos clave de nuestra historia política y constitucional. Y, en fin, como mito con pretensiones fundacionales se ha querido enraizar en Cádiz la identidad nacional española, algo erróneo y lesivo para dicha identidad.
El grito de «¡Españoles ya tenéis patria!» no sólo contradice la realidad histórica de España sino que pretendió fundar la identidad española en la cristalización institucional de las «dos Españas» gestadas a lo largo de los siglos anteriores. La Constitución de 1812 no surgió del consenso nacional sino de la opción de media España sobre la otra media, y semejante tajadura todavía gravita sobre nuestra conciencia colectiva.
El éxito que hasta hoy ha tenido la obra de 1978 se debe a que fue una Constitución consensuada, esto es, pactada, y ello contrasta con la experiencia gaditana que desde su génesis y, sobre todo, en su práctica aplicación se presentó como un «trágala».
La vigente Constitución de 1978 que, pese a sus abundantes defectos, nos ha proporcionado el más largo periodo de estabilidad democrática, tampoco debe ser mitificada y, de hecho, se pone ahora en entredicho desde frentes diversos. Pero a la hora de reformarla, si es que procede, es preciso evitar los errores rupturistas que confunden la poda del árbol con su tala. Para huir de los malos usos, tanto de la Constitución como de su revisión, puede ser útil el análisis de la experiencia gaditana, y a ello contribuye decisivamente este libro.