Enclaustrado en su refugio del abigarrado barrio parisiense del Sentier, un personaje solitario que mantendrá a lo largo de la obra unas curiosas relaciones afectivas con su invisible mujer alterna sus inquietudes políticas -a través de sus contactos con misteriosas organizaciones terroristas extranjeras- con la exposición de sus catastróficas previsiones ecológicas y unas apremiantes fantasías sexuales próximas al mundo infantil del creador de Alicia en el país de las maravillas. Su excentricidad es tal vez una defensa contra la normalización de nuestra época.

Como ha escrito el propio autor: «Escrita al amparo del epígrafe de Bouvard et Pécuchet «Ponían en duda la probidad de los hombres, la castidad de las mujeres, la inteligencia del gobierno, el sentido común del pueblo; en corto, minaban las bases»-, la novela es una inmensa carcajada ante el espectáculo de la ciudad del futuro, que es ya la del presente: la cosmovisión de la hecatombe diaria que se avecina. Su héroe, un personaje proteico -mediocre, minucioso, obseso-, se identifica con el barrio en que vive y reproduce o clona sus contradicciones, escucha, ve, fantasea, imagina toda suerte de situaciones conflictivas de las que sale siempre malparado.

Paisajes después de la batalla es una novela marcada por la hiriente, a veces violenta exploración de los territorios del «yo» y de los valores sociales, aquí sometidos al efecto de una irrisión casi destructora. Esta «fábula sin ninguna moralidad» aspira a hacer ver, mediante la vía del humor, tanto la trama de una verdad subjetiva como los tópicos y los valores caducos sobre los cuales se fundan nuestras sociedades actuales.




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