La escritura de Yurkievich parte del arte del verbo. Fascinadamente anhela sumirnos en el hervidero mental de Vallejo, en el desconcertante embeleso de las fantasías borgeanas o en las deambulaciones y vicisitudes existenciales de Cortázar, anhela hacernos compartir con Huidobro una bella locura en la vida de las palabras o el vuelo sensual entre las dos laderas de Octavio Paz, de la faz solar a la sombría. Así Yurkievich convierte el ensayo en un bálsamo contra el tedio cuyo raro secreto consiste en trasmutar el conocimiento en literatura.