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Elytis, Odysseas

Nació en Heraclion (Creta) en 1911. El mar Egeo, que recorre con pasión, entra a raudales por todos sus sentidos y se convierte en la materia de su canto. El poeta parece haber hallado la clave mágica del mito: su verso, terso y palpitante, celebra la vida en su plenitud y tiene el vigor de la naturaleza, y, como ella, es suave y templado, soñador. En él se reconocen mecanismos antiguos, articulados, sin embargo, de forma original, lejos de la manida repetición de esquemas predeterminados. De la misma forma que Carpentier reclamaba el barroquismo, como fiel reflejo de una realidad exuberante, la del mundo latinoamericano, un sentido mediterráneo de la medida gobierna la producción de Elytis. El sol primero es la culminación de la primera fase de su poesía. La guerra se convierte en el revulsivo que desencaja la “ingenuidad” de sus primeros poemas y, desde entonces, se embarca en una apasionada búsqueda para identificar aquel mundo de ensoñación con la realidad, que reclama su presencia ética como poeta. En Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania (1945), explora la dimensión ética de la belleza, pero el poeta no se da por satisfecho; tras un largo silencio, publica el grandioso poema Dignum est (1959). En él, junto a la tradición clásica, confluyen la tradición popular y la bizantina, como testimonio de sus inquietudes que comparte con el arte europeo. Su amigo Embiricos le dio a conocer el surrealismo; si bien Elytis, poeta apolíneo por excelencia, solamente se vale de él como método de higiene poética. A partir de 1948, fija su residencia en París, donde conoce a numerosos poetas y artistas vanguardistas. A causa del golpe militar de 1967, Elytis renuncia a sus actividades públicas, que recupera, sin embargo, en 1974, cuando la Junta se desmorona. Dos meses antes de la concesión del premio Nobel, en 1979, María Nefeli es el libro más vendido en Grecia. Después de este reconocimiento internacional, Elytis declaró: «Ahora podré consagrarme a lo esencial». De hecho, la búsqueda de lo esencial, la depuración constante, define su obra. Después de Dignum est, cuando el poeta regresa a su antiguo lirismo, se vuelca en hallar una expresión más esencial, más pura, de una poesía que aúna materia y espíritu, técnica y pensamiento, de forma inextricable. La naturaleza se convierte en símbolo de su unión mística con el hombre. Una lógica implacable le lleva, en los últimos años de su vida, al problema más acuciante del ser humano: la muerte. En bellos poemas, que rezuman sabiduría, el poeta reflexiona sobre la muerte, y, reconocida su verdad, se le va a una «tercera naturaleza», en la que la muerte no es sino «el sol sin ocaso».