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Breton, André

Pese a estar considerado uno de los creadores más vivos e inagotables del pasado siglo, André Breton (Tinchebray, 1896–París, 1966) sigue siendo un poeta incomprendido y a la vez malinterpretado, stricto sensu. Gracias probablemente a que cursó Medicina y no Filología, Breton llegó a poseer un dominio apabullante de su lengua, compaginando su entrega total a la poesía con su afición a la ciencia, la psicología, el arte y las dos filosofías: la canónica y la hermética. Saberes cuyas terminologías supo incorporar con pasmosa finura a la tradición lírica francesa. Su lado más «clásico» se aprecia en sus escritos en prosa. El otro, el vanguardista, marcado al principio por su asimilación de la escritura automática y luego, con el transcurrir de los años, cada vez más por «el lenguaje de los pájaros» esotéricos, es la savia de su árbol poético. Y en ambas vertientes corre la misma agua herrada: su amor por la exactitud y el sonido de las palabras.
Su poesía ostenta unas características que la distinguen de cualquier otra creada antes y después de ella. Es extraña. Es marginal. Es inquietante. Es radical. Es única. Todo lo cual se debe, en parte, no tanto a la manera en la que empleaba el lenguaje, como al buen uso superrealista que quiso hacer de él. Él mismo lo explicó en uno de los Manifiestos del Surrealismo: «Es bien sabido que el superrealismo nació de una operación de gran envergadura concerniente al lenguaje […]. ¿En qué consistía esta? Nada menos que en redescubrir el secreto de una lengua cuyos elementos dejaran de comportarse como restos de naufragio en la superficie de un mar muerto. Para ello era necesario sustraer el lenguaje al uso cada día más utilitario que se le daba, lo cual constituía el único medio de emancipar las palabras y de devolverles toda su fuerza […]. A la engañosa corriente de las asociaciones conscientes […], el “automatismo psíquico puro”, al que el superrealismo recurre, opuso el caudal de una fuente que se puede hallar en el interior de uno mismo, siempre y cuando se vaya lo bastante lejos, hasta aquella región en la que el deseo impera ilimitadamente, y que es, al mismo tiempo, aquella en la que nacen los mitos. Todavía no se ha insistido lo suficiente en el sentido y el alcance de esta operación encaminada a restituir al lenguaje su verdadera vida». Casi un siglo después de los primeros gritos de protesta de los propulsores del movimiento más admirado, más analizado y, en consecuencia, más manoseado del siglo xx, resulta casi imposible allegarse a alguna de sus creaciones con la mirada limpia. Y pese a todo, como también predijo Breton, siempre hay refractarios capaces de discernir en esas obras el cristal de una ventana en la que echar su propio aliento y escribir con el dedo índice: «Ni dios ni amo», «La imaginación al poder». Incluso en estos tiempos penosos, «todavía hay en el mundo, en las escuelas, en los talleres, en las calles, en los seminarios y en los cuarteles, seres jóvenes, puros, que se niegan a doblegarse».

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