La segunda revolución digital –caracterizada por la preeminencia de internet, las redes sociales y la telefonía móvil– y la sociedad hipermoderna –caracterizada por el exceso y por la asfixia del consumo– han consolidado al unísono una era postfotográfica. En ella habitamos la imagen y la imagen nos habita. La postfotografía nos confronta al reto de la gestión social y política de una nueva realidad hecha
de imágenes.

Pero hoy no sólo estamos sumidos en su producción masiva y apabullante. Como si fuesen impelidas por la tremenda potencia de un acelerador de partículas, las fotografías circulan por la red a una velocidad de vértigo; han dejado de tener un rol pasivo y esa extraordinaria energía cinética las hace salir de su sitio, de su quicio. Entonces, sin sitio, sin lugar al que replegarse, quedan des-quiciadas y se vuelven furiosas.

Aunque puede que esa furia provoque una gran incerteza, también nos brinda la oportunidad de actualizar una reflexión sobre cuestiones que afectan a la cultura, al arte, a la comunicación, y en definitiva, a la misma condición humana. La postfotografía deviene así un contexto de pensamiento visual que rubrica la desmaterialización de la imagen y de su autoría, y que disuelve las nociones de originalidad y de propiedad, de verdad y de memoria.

En La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía, con su lucidez e irreverencia habituales, Joan Fontcuberta nos advierte que hemos perdido la soberanía sobre las imágenes y nos alienta a recuperarla.