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Char, René

Nació en 1907 en un pueblo provenzal, L’Isle-sur Sorgue, y eligió vivir en él gran parte de su vida. Su otro polo magnético fue París, adonde lo llamó en 1929 un Paul Éluard conquistado por la calidad de su voz poética. Su período de formación y de sus primeras publicaciones juveniles está comprendido entre 1928 y 1938, y se inicia con voz propia a partir de Arsenal (1929), al que siguió la participación en la aventura del surrealismo con la producción poética reunida en El martillo sin amo de 1934. Su alejamiento del grupo de André Breton a partir de 1935 lo condujo a metas más personales. La etapa de soberana madurez de Char, de 1938 a 1950, cuya cumbre es la poesía agrupada en Furor y misterio y Los Matinales, comprende los años de la segunda guerra mundial y de la Resistencia, en la que Char participa como jefe de guerrilleros. La confluencia de la historia ignominiosa y la sublevación del poeta producen una intensa explosión de belleza, amor, solidaridad y combate: plenitud de mediodía en sus poemas. Una tercera fase se extiende desde 1950 hasta la muerte del poeta en 1988. Se desvanecen las expectativas de transformación social profunda que había generado la Resistencia, y entenebrece el mundo la confrontación nihilista de las dos superpotencias nucleares y la crisis ecológica que se va haciendo cada vez más evidente. En los años precedentes Char ha visto morir y se ha visto obligado a dar muerte; aflora en su poesía «un decir de la pugnacidad de la muerte» (Dominique Fourcade). Arrastrado por la gravedad mortal del poema, Char se abisma. Desde La palabra en archipiélagoa/i> (1962) hasta su último libro, Elogio de una Sospechosa, ya póstumamente publicado en 1988, su escritura se empecina en preservar la lucidez y mantener abierto el diálogo acerca de las dimensiones esenciales de la condición humana: libertad, justicia, amor, duelo, creación, trabajo… Situada en el centro de las contradicciones del siglo XX, e incesante en su compromiso con la Belleza y con las posibilidades de la fraternidad humana, la poesía de René Char, por contraste, hace parecer algo inane buena parte de la obra de sus contemporáneos. Excepcional es la lírica que aún no se tapa con las manos los ojos ensangrentados, o cuyo índice –«con la uña arrancada» como el de Heráclito de Efeso, según lo concibe el poeta– se atreve todavía a señalar el sol, pues sin duda hay circunstancias en las que el asentimiento a la nadería equivale a complicidad con el crimen. Ha sido uno de los pocos que se atrevieron a alzar la negra rama de la tragedia hasta la altura del rostro humano. Desesperadamente querríamos caminar por un sendero enhiesto: practicable es el que ha desbrozado René Char, trenzando vida y escritura a lo largo de seis decenios. Entre las dos posiciones extremas de la agonía y la armonía se tensa el arco del devenir humano. La flecha, como recuerda el poeta provenzal, tiñe en sangre los dedos que la lanzan.